domingo, 30 de mayo de 2010

Ayer fui a un prostibulo a buscar amor. Debi ser uno más de los vacios de ese espacio. Quería yo conversar con las prostitutas, nada más.

En serio: Si. No me retó el proceneta. Ni a un duelo ni a los tribunales. Vió en sus chicas curiosidad que hace rato no había. Fuí al prostibulo porque la sociedad me llevó; fuí yo una ración de aire en una pesada porción de agua. Por presión terminé ahi, dentro del prostibulo y fuera de la sociedad.

Una de las chicas me llamo jesucristo. No se si lo hizo por el cariño especial con el que yo trataba con sus compañeras, por la dulcura que expresaba mi cuerpo y gesticulación cuando corría cabellos de los rostros, o por mi gentil barba negra y mi sincera cara del oriente antiguo. Quizá haya sido por ambas cosas, o, y con mayor probabilidad, por ambas cosas y algo más...

Lo cierto desde mi subjetividad es que senti amor por ellas y por una en especial. Fue por quien decía que era una prostituta mientras yo acomopañaba su habla con mis dedos. No voy a decir que no le aprete el culo. Si, si lo hice. No escapé del animal o el animal salió de mi y se hizo presente. Una de las dos. Y cuando hice eso su curiosidad pareció escaparse, emprender la vuelta al no existir. Ahí fué cuando me dijo que para seguir charlando tenía que invitarle una copa de 30 euros. Ahí fue cuando me sentí un desubicado, un molesto de la jornada laboral.

1 comentario:

  1. estas en mis recomendados, con tiempo te leeré mejor!
    Besos vecino!
    que lindo q escriba mucho, hace bien a la mente y al alma!

    Sol

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