¿Qué nombre deberíamos ponerle a nuestras calles? Lo digo
porque el nombre de referencia de los lugares está íntimamente ligado a la idea
que las personas tienen sobre el lugar y viceversa. Seguro que cuando sentimos
la palabra Rivadavia, no solo podemos pensar en el primer presidente de la
confederación, sino además en el futbol que jugábamos, los cohetes que tirábamos
y los vecinos que molestábamos jugando al rin raje. Incluso, podríamos
descubrir que Bernandino Rivadavia fue una persona con la que nosotros no estaríamos
de acuerdo, y, sin embargo, no terminaríamos de amargarnos con él, porque eso
significaría dejar de simpatizar con parte de nuestro pasado... Lo mejor, sin
lugar a duda, sería que cada calle elija un nombre que le sea propio: porque,
de un lado ¿qué hizo esa calle para ser pensada como Rivadavia, Mercedes o 2 de
Abril? y del otro lado ¿que hizo Rivadavia, Mercedes o 2 de Abril para que su
trascendencia en el mundo sea confundida con el futbol, la pirotecnia o el rin
raje? Y sin embargo no es posible hacer hablar a las calles para elegir el
nombre con el que quieran ser llamadas, así como es para muchos de nosotros
tarde ya para lograr que nos recuerden con otro nombre. Esto es así porque el
hecho de nominar, por definición, es un acto de imposición. Y como para todas
las imposiciones hemos desarrollado sanas costumbres, existe la sana costumbre
de hacer que nuestros padres nominen a sus hijos y que nuestros representantes
bauticen a las calles.
Entonces surge la pregunta, ¿cómo deberíamos llamar a
nuestras calles? Mi opinión es que el nombre debería representar la
característica más saliente del lugar, acorde a nuestras intenciones. Esto no
solo es lo que de alguna manera u otra hacemos cuando ponemos nombres a las
cosas, sino que en el caso particular trae además buenas consecuencias como
causa.
I
Ponerle un nombre a una cosa no es como bautizar a un perro. Los justificativos que daríamos si se nos preguntara "¿por qué?" no podrían ir mucho más lejos que un "porque me gustaba". Barajamos varias opciones, pensando y comparando las más apetecibles, y profiriéndolas a veces para ver como suenan: "Lasi", "Ziña", "Tobi", "Olaf" son las que aparecen cuando además de nosotros, pensamos un poquito en ellos. No ocurre algo similar cuando le ponemos nombres a las cosas. En primer lugar, es extraordinario tener cosas con nombres. Solo los niños les ponen nombre a sus cosas y, aunque sabemos que los barcos tienen nombre, todavía nos extrañamos cuando Silvia nos cuenta que su auto se llama "Jorge". Lo que hace que nominar cosas sea una actividad normal es la consideración que le damos a la cosa misma. Concretamente, le ponemos nombres a las cosas cuando ellas necesitan referencia: Así los predios que tienen nombre son aquellos que existen en direcciones desconocidas, y nadie le pone nombre a su empresa si no es que la quiere hacer conocida. En otras palabras, hacemos que nuestra cosa sea objeto de referencia cuando queremos que otro sepa bien que entre muchas cosas parecidas esta cosa es esta y esta cosa es nuestra. Ahora bien, entre las cosas a las que le ponemos nombres ¿estamos restringidos a llamarlas de alguna manera en particular? Pues no, no veo ningún tipo de necesidad para eso. Lo que sí veo es una buena práctica social formada a esos efectos. Y esta práctica es, no creo que sea objeto de discusión, llamamos a las cosas de la manera en que queremos que sean identificadas por aquellos que van a usar el nombre. "Río de la plata" el nombre del río por el que se quería que se fuera la plata; "Citrar" o "Citrusmax" empresas que se las quiere hacer como exportadoras de limones. Seguro, podríamos haberle puesto otro nombre a los ríos o empresas y así, en lugar de llamarle "río de la plata" le habrían puesto "de Mendoza", o en lugar de "Citrar" "Mónica"; pero entonces el interprete tendría que memorizar el nombre sin sentido otro que la ideología del bautista. Por lo tanto, alguna regla se infiere de lo dicho: hay nombres que a los efectos de referenciar a la cosa que se identifica son mejores que otros. Y todavía más! El que pone nombre no solo sabe que así será referenciada la cosa que nomina, sabe además que de ese modo presentara eso que es de alguna manera suyo a la sociedad. Por eso es que cuando exaltamos la característica más saliente de la cosa, ¡exaltamos eso que queremos exhibir! El romanticismo alemán nominó a su auto "Volkswagen" y no, "Peugeot"; Algunos llaman a una colina "la lomadita" y otros "la lomada"; Salta llama a su plaza principal "España" y Tucumán le llama "Independencia"; A la calle del rectorado podría llamársele "Juan B. Terán" o "del Rectorado"... (A decir verdad, creo que esto último es algo que bautizar vivos y nominar cosas tienen en común: y así se encuentran "Lolas" y "Cristinas", "Moniquitas" y "Mónicas", "Celestinos" y "Ramones".)
En el sentido desarrollado hasta aquí, digo, me parecería
propio que cada municipio tenga su propia identidad. Alguien que viajó por
toda la argentina se da cuenta que todas las provincias llaman a sus calles de
la misma manera. En todas las capitales de provincia hay una calle
Tucumán, y en San Miguel de Tucumán hay calles con el nombre de todas las provincias.
Más aún, todas las calles principales de todos los municipios (o ciudades
autónomas) son o Alberdis o 9 de julios. ¿A qué se quiso llegar con esto?
Seguro hay una razón, y la razón no es tan distinta a la que llevó a algunos a
ponerle "Volkswagen" a un coche. Sin embargo, me parece que al
ponerle el nombre a estas calles se saltearon el aspecto técnico.
Digo, hay nombres que por más importantes que sean, no tienen nada que ver
con el lugar que representan, y esto hace que la relación lugar y nombre sea
excesivamente impersonal. ¿Cuántos lugares importantes de nuestra ciudad
llevan el impersonal nombre de Estados Unidos, 25 de Mayo o Córdoba? Entiéndase
bien, no digo que Estados Unidos, 25 de Mayo o Córdoba significan cosas que no
son importantes. Solo que los que pensaron en esos nombres parecieron
obnubilarse por una ideología. Sería bueno que las calles de la provincia
tuvieran nombres que, ante toda ideología, les representen.
II
Cuando las personas ignoran el significado del nombre de un
lugar por el que pasan por primera vez no puede ocurrir sino que se interesen o
no se interesen por ese significado; en este último caso hay algunos que llegan
a investigar sobre su curiosidad. Cuando esto ocurre, el significado de ese
nombre se hace conocido por el que pasa por ahí, y si esa persona gusta de la
charla, como es el caso de la mayoría de los argentinos, no pierde la
oportunidad de asado alguno para divulgar el hallazgo que hizo en aquel inhóspito lugar. Aplicando
esto a nuestro caso, no es difícil convencerse de la probabilidad de que
alguien se vaya de Tucumán sabiendo que la Virgen de la Merced es la patrona de
la ciudad es mucho menor si la calle en donde estaba la congregación de los
mercedarios se llama "Rivadavia" y no "Virgen de la
Merced". Lo mismo para tantos otros lugares de nuestra ciudad que llevan
nombres impersonales teniendo una importante personalidad. Sería útil, digo
ahora útil, que cada calle tuviera un nombre que representara algo de
ella.
III
Reflexionando sobre el tema, creo que la idea no es tan
mala. Aún más, se debería cambiar el nombre de casi todas las calles,
teniendo en mente lo autóctono como criterio. Pero para hacer eso no basta
con una u otra propuesta legislativa aislada. Sino que habría que elaborar una
propuesta general, basada en estudios históricos, sociológicos y psicológicos.
Un autorizado grupo de trabajo que se encargue de elaborar nombres propios de
lugares que tengan un impacto positivo tanto en la sociedad habitante como en
los transeúntes.